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La Situación de México y Algunas Consecuencias del Conflicto Armado en Ucrania Saúl Escobar Toledo
La recuperación del mercado laboral en México avanza lentamente y, además, en condiciones diferentes a las que había antes de la pandemia. Aunque los niveles de ocupación parezcan similares si comparamos el cuarto trimestre (IVT) de 2019 y el de 2021, registrando alrededor del 96.5% de la población económicamente activa (PEA), hay varios indicadores que muestran que la nueva situación adolece de varios problemas. En primer lugar, la desocupación abierta, en números absolutos, es más elevada, afectando a 2.2 millones de personas. Pero lo más importante es que la población que se retiró del mercado de trabajo durante los dos últimos años ha conocido un aumento sustancial: a finales de 2019 la población no económicamente activa (PNEA) disponible era de 5.8 millones de personas (15.4% de la PNEA); dos años después fue de 7.5 millones de personas (18.8% de la PNEA). De esta manera, la presión de quienes necesitan un empleo y están desocupados se elevó a 9.7 millones (eran 7.7 millones a fines de 2019). Esta cantidad de personas no están aportando ingresos a sus familias y por lo tanto pueden estar en la pobreza o en riesgo inminente de caer en ella.
Por otro lado, las ocupaciones que se han recuperado más rápidamente han sido aquellas que desempeñan trabajadores por cuenta propia sin protección laboral (“informales”). Eran 15.3 millones en 2019 y 16.3 millones en 2021. En cuanto a los trabajadores asalariados, otro dato preocupante es el de la subocupación: pasó de 4.3 millones (IVT-19) a 6 millones (IVT-21). Además, el aumento de personas empleadas en 2021 se ubicó principalmente en restaurantes y servicios de alojamiento y un número menor en servicios financieros y la industria manufacturera. Para entender mejor el asunto hay que subrayar que las personas ocupadas en micronegocios aumentaron, el año pasado, 1.8 millones; en los pequeños establecimientos 611 mil; y en los grandes establecimientos 436 mil.
Si comparamos el último trimestre del 2021 con el de 2019, podemos afirmar que la estructura ocupacional ha vuelto a los niveles similares existentes antes de la pandemia: las microempresas concentraban el 40.3% del personal ocupado en el IVT de 2019 y en el IVT de 2021 el 41%, mientras que los grandes establecimientos concentraron en ambos periodos alrededor del 9%. Lo que sorprende es que el gobierno haya sido una entidad adversa al empleo: a finales de 2019 contrataba a 2.4 millones y a finales del 2021 a 2.2 millones. Tan sólo en este último año expulsó a más de 315 mil personas. Ello, en una situación en la que se han requerido más personal de salud y en otras actividades necesarias para hacer frente a la pandemia, mostraría que la austeridad proclamada por el gobierno ha sido una medida contraproducente y perjudicial no sólo para combatir el desempleo sino también para mejorar los servicios que prestan las instituciones públicas.
Un aumento de los desocupados, los informales por cuenta propia desamparados, los subcontratados y los que se han refugiado en micronegocios dan cuenta de un mercado laboral muy frágil. En enero de este año, según la información más reciente del INEGI, 1.7 millones de trabajadores informales dejaron de trabajar (en comparación con diciembre de 2021). Se trata de un fenómeno que se explica por el fin de las fiestas y las ventas navideñas, pero muestra crudamente la vulnerabilidad de las ocupaciones. Este panorama va, por supuesto, atado a una situación económica precaria. El crecimiento ha sido inestable, con una tendencia al estancamiento y afectado por una inflación todavía moderada que, sin embargo, está afectando la canasta alimentaria.
La economía mundial, por su parte, enfrenta un panorama muy incierto: algunos afirman que se está entrando a un periodo de estanflación (crecimiento de la producción cercanos a cero conjugado con un incremento de los precios cada vez mayor).
La situación en Ucrania va a agravar esos indicadores. Por un lado, principalmente el gas y petróleo alimentarán la inflación mundial; por el otro, los bancos centrales, presionados por este fenómeno, es probable que, desafortunadamente, aumenten las tasas de interés, lo que redundará en un mayor estancamiento de las economías del mundo.
El conflicto armado que tiene lugar en estos momentos puede durar meses o varios años, pero sus consecuencias serán necesariamente de larga duración. Se trata de la invasión de un ejército extranjero que pretende imponer un gobierno leal a sus intereses. Tal como Estados Unidos ha tratado a América Latina, la Federación Rusa (FR) considera que Ucrania como su patio trasero y reclama por lo tanto la exclusividad de su control militar y político. Como señaló Pablo Iglesias (de Podemos, España), “Putin es un anticomunista convencido y un nacionalista de derechas”, lo que no justifica los afanes hegemónicos de la OTAN para arrinconar a la FR.
En esta disputa por el control geopolítico, sin embargo, no está en juego la hegemonía económica de las grandes potencias “occidentales” (EU y Europa), pues la FR es altamente dependiente de la Unión Europea, sobre todo de Alemania y Holanda: vende fundamentalmente energéticos y compra bienes de alta tecnología. Su economía extractivista es muy improductiva y su sector industrial manufacturero no es muy complejo: está más cerca de los niveles mexicanos y mucho más alejado de Europa, Estados Unidos y China. Putin defiende un régimen político que se apoya en una oligarquía cleptocrática que literalmente se robó las empresas que eran estatales en los tiempos de la URSS gracias a los favores del gobernante en turno. El objetivo de la élite política de la FR, según anunció su principal dirigente el 24 de febrero, consiste en rehacer el imperio zarista con base en el poder militar (armas nucleares incluidas) aunque su economía se mantenga en el atraso y subordinada a Europa Occidental (sus ahora enemigos declarados).
Por ello, el conflicto militar en Ucrania provoca tanta incertidumbre. Las ventajas de la FR son también sus debilidades. Una parte de Europa probablemente no pueda prescindir del gas ruso, pero la FR no podrá subsistir mucho tiempo si caen sus importaciones de bienes manufacturados y se mantiene el bloqueo financiero que afecta a la oligarquía rusa imbricada de muchas maneras (con dinero sucio e inversiones aparentemente legales) con empresas, bancos y personajes políticos “occidentales”.
Será difícil que México escape de algunos efectos causados por esta situación: los precios de la gasolina podrían sostenerse un tiempo, pero sin duda aumentarán en un futuro no muy lejano; y el Banco de México muy pronto elevará de nuevo sus tasas de interés, siguiendo el curso de Estados Unidos. Ello afectará la marcha de la economía y los empleos de la mayoría de los mexicanos.
Urge entonces detener la escalada bélica: por razones humanitarias, políticas, militares y económicas. Su resultado no puede ser una victoria definitiva para ningún bando, pero sus consecuencias serán catastróficas para la población civil de Ucrania y, de manera indirecta, perjudiciales para los trabajadores de muchas partes del mundo incluyendo a México.
Por ello, resulta necesario reflexionar en las medidas que pueden proteger a nuestra población. La necesidad de un programa urgente de reactivación y protección del empleo se vuelve imprescindible. Éste es el debate que necesitamos. Discutir si, en este choque de afanes imperiales y hegemonías, hay mayor o menor responsabilidad de alguno de ellos (los “occidentales” o los rusos) resulta un tanto ocioso si no ponemos los ojos en nuestra propia realidad. Las guerras desatadas por las potencias siempre han sido pagadas por los pueblos. Hay que trata de impedir que ese costo sea demasiado alto para los mexicanos.
Nota: los datos fueron obtenidos de INEGI-ENOE publicados entre 2019 y 2021.