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Una Deuda Mundial Abultada y sus Posibles Consecuencias Saúl Escobar Toledo
Según los datos más recientes del FMI, en 2020 se produjo “el mayor aumento de la deuda en un año desde la Segunda Guerra Mundial”. Tomada en su conjunto, las deudas de los gobiernos, los hogares y las empresas, en todo el orbe, ascendieron a 226 billones de dólares.
Antes de la pandemia, los niveles de endeudamiento ya eran altos, pero se elevaron 28 puntos porcentuales hasta llegar a 256 por ciento del PIB. Tan sólo la deuda pública llegó a 99% del producto bruto mundial. Por su parte, la privada, de empresas no financieras y los hogares, también alcanzó niveles muy elevados, aunque a un ritmo más moderado.
Sin embargo, la situación no evolucionó de manera pareja. La deuda pública de las economías avanzadas subió del 70 al 124% del PIB entre 2007 y 2020. Si agregamos a China, estos países fueron los principales responsables del aumento general. Este fenómeno fue resultado de la sucesión de dos crisis: la de 2007-2008 y luego de provocada por el COVID-19. En el primer caso, los recursos se utilizaron para apoyar a bancos y empresas; en el segundo, los déficits fiscales se dispararon por el desplome de los ingresos de los gobiernos y al mismo tiempo la necesidad de aumentar el gasto ante la propagación del virus.
En cambio, la mayoría de las economías en desarrollo (como México, excluyendo a China) se endeudaron mucho menos debido a un acceso más limitado de los fondos y a tasas de interés más altas. Enfrentaron dice el Fondo, “restricciones financieras mucho más severas”. Las deudas de esos países sólo aumentaron de 1 a 1.2 billones de dólares y recayeron mayormente en el sector público. A pesar de ello, representan una carga pesada pues al caer la economía, su peso relativo aumentó. Así, en el futuro inmediato, tendrán mayores problemas para apoyar la recuperación de la economía y atender las necesidades de su población.
A lo anterior hay que agregar el incremento de la inflación y las expectativas en este rubro para 2022. Como respuesta a los aumentos de precios, el costo del dinero se está elevando por decisiones tomadas por los bancos centrales. Una medida que responde, según algunos especialistas, a un temor excesivo y a los intereses del capital financiero. De cualquier forma, provocará que los pagos por los préstamos adquiridos aumenten y los gobiernos tendrán que destinar más recursos públicos, mismos que deberán retirarse de otras partidas indispensables como salud y educación. De esta manera, los riesgos de una caída de la economía y los empleos se acrecientan e incluso la posibilidad de que algunos países caigan en moratoria. Si las tasas de interés aumentan demasiado rápido, se agudizaría la presión sobre los gobiernos, los hogares y las empresas más endeudados. El FMI advierte que “los sectores público y privado podrían verse obligados a desapalancarse simultáneamente”, es decir dejar de pagar, cerrar empresas o rematarlas, lo que llevaría a una recesión y/o a una crisis financiera de alcances planetarios.
En síntesis, debido al monto tan alto de las deudas a nivel mundial, principalmente en los países en desarrollo, y a la concurrencia del aumento de la inflación y de las tasas de interés, muchas naciones, incluyendo la nuestra, enfrentarán este año serios problemas.
En el caso de México, la política conservadora en materia de endeudamiento (entre otros factores) ha llevado a un ritmo de crecimiento lento o casi estacionario. Según todos los pronósticos, y tomando en cuenta los datos de los últimos meses del año pasado, no habremos recuperado el nivel de 2019 en 2021 y difícilmente los haremos durante buena parte de este año. Caímos 8.2 por ciento en 2020 y crecimos apenas un 5 por ciento en 2021; según la tendencia de diciembre, la tasa es apenas de 1% anual, aunque se espera una aceleración en los próximos meses.
En materia de deuda pública bruta, a pesar de la moderación del gobierno, ésta aumentó con relación al PIB del 53.6 al 59.8 por ciento entre 2018 y 2021. Comparada con otros países similares (llamados mercados emergentes), la elevación fue menor ya que éstos, en conjunto, aumentaron sus empréstitos en esos mismos años de 51.8 al 63.4 por ciento. Nuestro endeudamiento era más elevado, comparativamente, antes de la pandemia y ahora es menor. Ello confirma la cautela del gobierno de AMLO. Sin embargo, al mismo tiempo, México se rezagó. El producto per cápita de nuestro país representaba el 2.01% del PIB mundial en 2018 y en 2021 había bajado al 1.86.
Es decir, la moderación del endeudamiento tuvo una consecuencia: un crecimiento más lento de la economía, situación que, como se dijo, puede prolongarse o hacerse más profunda este año.
Desde otro ángulo, podría afirmarse que los riesgos financieros son menores que para el resto de los países “emergentes”. Sin embargo, esta “ventaja” puede disiparse debido al aumento de las tasas de interés y la inflación. Y, si se produce una crisis financiera mundial, la situación nos afectaría debido a la escasez de fondos para lograr mejores condiciones de pago, la fuga de capitales, y la recesión mundial que podría causarse.
No debemos olvidar tampoco que las deudas del sector privado mexicano también aumentaron: del 41.8 en 2018 al 44.8 por ciento del PIB en 2020, lo que, en una situación internacional adversa, dificultaría el crecimiento y la situación financiera del país.
Dice el Fondo que, ante los problemas de la deuda mundial de los países emergentes y más pobres, la inflación, la continuidad de la pandemia, y los riesgos financieros, es indispensable “una cooperación internacional sólida y eficaz y apoyo a los países en desarrollo”. Suena bien pero no se ha avanzado mucho en esta dirección. Como lo han indicado otras instituciones y académicos muy reconocidos, se necesitan acciones tales como la condonación o recorte de las deudas de algunos países; mayores financiamientos a tasas muy bajas o por medio de una emisión más abundante de DEGs; y ayudas sin condiciones para dotarlos de vacunas y alimentos.
Para México, además, se requeriría replantear la política económica. En términos gruesos parece que no hay muchas opciones: mantener la estabilidad del peso con las subidas de las tasas de interés dictadas por el Banco de México, y seguir tratando de contener la deuda pública; o estimular el crecimiento y un posible incremento de precios que podría ser transitorio y, al mismo tiempo, diseñar un blindaje preventivo ante posibles turbulencias en los mercados financieros internacionales. En ambos escenarios hay riesgos; no obstante, siempre será mejor enfrentar la realidad que ignorarla. Quizás haya que tomar decisiones muy duras o “radicales” como ha dicho el presidente. Ojalá éstas se hagan pensando en los intereses de la mayoría de los mexicanos y con el apoyo y el diálogo social que se requieran.