Fin de la primera Guerra Fría El final de la primera Guerra Fría se ha…
Crecimiento, empleo y salarios: ¿viejas tendencias y nuevas incertidumbres? Saúl Escobar Toledo
Durante los primeros cuatro años del sexenio actual, entre el cuarto trimestre de 2018 y el de 2022, de acuerdo con los datos del INEGI, el crecimiento de la economía mexicana, medida por el índice del Producto Interno Bruto (PIB), fue casi nulo ya que apenas alcanzó un 0.08%.
Este fenómeno se explica por varias razones, desde luego por el trauma de la pandemia que impactó principalmente 2020 y 2021. En casi todo el mundo, se frenaron las actividades económicas y se interrumpieron las cadenas de abastecimiento (refacciones y materias primas). Posteriormente, la inflación y el aumento de las tasas de interés afectaron también la elevación del producto. Además, en el caso de México, la política económica del presidente López Obrador, se inclinó por la austeridad para no poner en riesgo la balanza de pagos y evitar una devaluación de nuestra moneda.
Las expectativas para este año, 2023, apuntan a una cifra más optimista. El FMI proyecta un crecimiento para nuestro país de 3.2%. Las proyecciones del Fondo en realidad observan una mezcla de optimismo y pesimismo. Calcula el crecimiento mundial para 2023 en 3.0% y de 2.9% en 2024. Sin embargo, para Estados Unidos, las cifras serían de 2.1 y 1.5% respectivamente. Para México, del 3.2 ya señalado para 2023 pasaría al 2.1% en 2024. El próximo año creceríamos por debajo del promedio mundial, aunque por encima de EU.
En resumen, en el sexenio de AMLO la economía (PIB) alcanzará quizás un crecimiento de alrededor del 5%, es decir un promedio anual de 0.8% gracias al repunte de 2023 y en menor medida 2024. Justificado por la crisis de la pandemia, pero muy lento en comparación a otros países que se recuperaron antes de 2023.
Las razones que ofrece el FMI para el repunte de México, en sus proyecciones para 2023 y 2024, se basan por un lado en un consumo e inversión más dinámicos que en el pasado, pero igualmente, advierte que factores como la política monetaria (tasas de interés elevadas) y un crecimiento más lento de la economía estadounidense podrían frenar nuestro crecimiento. Agrega que la situación podría mejorar si nuestro vecino del norte tuviera una expansión mayor de la prevista, o el gasto público en México ( y el déficit fiscal de 5% del PIB) dieran por resultado un efecto multiplicador en la economía mayor a lo observado. En sentido contrario, señala, pueden presentarse una caída de las inversiones por razones políticas; un aumento de las tasas de interés en las economías desarrolladas y en México; o un retraso en las obras de infraestructura más importantes.
A nivel mundial, lo que parece explicar esta mezcla de pesimismo futuro y optimismo presente reside, particularmente, en la incertidumbre. Uno de los factores más importantes de esa perplejidad se encuentra en los riesgos geopolíticos que, por supuesto, con el grave conflicto entre Israel y Hamás se han agudizado todavía más. Ya había una situación delicada debido a la guerra en Ucrania y a las tensiones entre China y Estados Unidos.
La geopolítica está jugando un papel preponderante, a diferencia de las últimas décadas. Sin embargo, de acuerdo con algunos estudios, los realineamientos y conflictos mundiales podrían tener efectos adversos en el comercio y el crecimiento mundial ya que los nuevos flujos podrían no compensar la contracción que se presentaría por los menores intercambios, principalmente, entre China y Estados Unidos.
Por lo pronto, esos reacomodos favorecen a México. El llamado “nearshoring” se ha reflejado en el caso de nuestro país en un aumento en la inversión extranjera hasta llegar al 5% del PIB. Las importaciones de EU provenientes de México pasaron de 7% en 1994 y probablemente llegarán al 15% este 2023.
Ahora bien, a pesar de la marcha lenta de la economía en los primeros cuatro años del gobierno de AMLO, la ocupación y los salarios tuvieron un comportamiento menos negativo. Si medimos el primer rubro con el concepto de “brecha laboral” la cual incluye la desocupación abierta; los subocupados; y las personas que no buscan un trabajo, pero estarían dispuestas a aceptarlo debido a que necesitan esos ingresos, ésta representó alrededor del 18% a finales de 2018 y en marzo de 2023 fue de 17.5%. Un progreso pequeño que, no obstante, resultó mejor que el comportamiento de la economía en su conjunto.
Por su parte, el desempeño económico más elevado durante este año, comparado con el periodo 2018-2022, se ha reflejado en mejores cifras en materia de ocupación. Para el segundo trimestre de 2023, se observó una disminución de la tasa de desocupación en comparación al segundo trimestre de 2022 de 3.2 al 2.8%.
Esa disminución se debe, principalmente, a la mejoría de la ocupación en el sector servicios que tuvo un incremento de un millón de personas, casi todas asalariadas. Mientras, la agricultura redujo su ocupación en casi 200 mil personas y la industria tuvo un aumento muy débil. Dentro del sector servicios destaca el comercio con casi 400 mil nuevos empleos en micronegocios y pequeños establecimientos.
Sin embargo, la tasa de informalidad laboral apenas se modificó: del 55.7% al 55.2%.
En otras palabras, lo positivo es que la ocupación ya superó los niveles previos a la pandemia; el lado negativo reside en que no ha cambiado su estructura: seguimos arrastrando los mismos problemas, sobre todo los altos niveles de informalidad laboral.
En materia de salarios, el mínimo aumentó de diciembre 2018 a septiembre de 2023, en 85.9 % en términos reales (descontando la inflación, según el Banco de México) en la mayor parte del país, aunque en la franja norte el aumento real fue de 180%. No obstante, los salarios registrados en el IMSS han tenido un desempeño mucho más modesto. Destaca además que los salarios contractuales de los trabajadores de las empresas públicas han registrado aumentos mucho menores que los de las empresas privadas, tan sólo este año, 2023 la minusvalía ha sido de entre dos y cuatro puntos porcentuales de su poder adquisitivo. La política de austeridad les ha recortado sus salarios.
De esta manera, la ocupación se recuperó un poco más rápido pero sus problemas estructurales siguen siendo mas o menos los mismos. En cambio, los salarios mínimos aumentaron sustancialmente y las modificaciones a la LFT en materia de subcontratación y días de vacaciones beneficiaron a los trabajadores. Ni éstas ni la reforma laboral acerca de la democracia sindical repercutieron en el empleo. Tampoco hasta ahora el aumento de las cuotas patronales por las enmiendas al sistema de pensiones. Asimismo, la inflación, las altas tasas de interés y la incertidumbre mundial no provocaron un desplome de la ocupación.
Este balance de luces y sombras debe hacernos pensar en el futuro inmediato. El reto consiste no sólo en “aprovechar” las nuevas tendencias del comercio mundial y los flujos de inversión extranjera (el nearshoring). Reside en cambiar el modelo de crecimiento para que ese fenómeno pueda transformar la estructura de la ocupación, en primer lugar, para abatir la informalidad. De otra manera, estaremos reeditando los tiempos del TLCAN durante la década de los 90s y los primeros años del siglo XXI, antes de la crisis mundial de 2007.
Además, un verdadero cambio del rumbo económico serviría para prepararnos mejor en caso de que la incertidumbre actual se convierta en catástrofes futuras debido a las tensiones geopolíticas o a la recesión estadounidense. Ese cambio tendría que descansar en por lo menos en cuatro aspectos: una reforma fiscal progresista; mayor financiamiento de la banca de desarrollo, particularmente a las pequeñas y medianas empresas; una política monetaria orientada al crecimiento y no a la sobrevaluación el peso; una política industrial basada en un incremento aún más sustancial en infraestructura; y una agenda laboral que consolide las reformas y lleve a cabo otras muy necesarias, como la reducción de la jornada laboral.