Este ensayo explora las propuestas analíticas de políticas industriales aparecidas recientemente y su relevancia para…
La exclusión laboral femenina, otra forma de violencia Saúl Escobar Toledo
La Organización de las Naciones Unidas (ONU), señaló el día 25 de noviembre como la fecha de inicio de una campaña para eliminar la violencia contra las mujeres y las niñas, misma que terminará el 10 de diciembre.
Se trata de un llamamiento que tiene como “objetivo movilizar a todos los miembros de la sociedad para que se conviertan en activistas, se solidaricen con las defensoras de los derechos de las mujeres y apoyen a los movimientos feministas del planeta para evitar el retroceso de los derechos de las mujeres y conseguir un mundo libre de violencia de género”. Una iniciativa que busca poner “sobre las mesas de las agendas gubernamentales, leyes y políticas, servicios esenciales y estrategias de prevención” para este flagelo.
En coincidencia con lo anterior, la CEPAL publicó un informe acerca del panorama social de América Latina y el Caribe 2022, en el que se refiere extensamente a la situación de las mujeres en el ámbito de la educación y el trabajo (disponible en https://www.cepal.org/es/publicaciones/ps).
Dicho informe señala que la pandemia profundizó las desigualdades que han caracterizado históricamente a la región, en la que hay altos niveles de informalidad y desprotección social. En particular, apunta la desigualdad de género. Explica que la región latinoamericana enfrenta una crisis social que se ha agravado como consecuencia de las crisis internacionales, pero subraya que a lo anterior hay que sumar la “la crisis de los cuidados y la denominada pandemia en la sombra: la violencia contra las mujeres y las niñas que se intensificó durante la pandemia de COVID-19”.
El confinamiento obligado por la propagación del virus llevó a un “retroceso histórico” la autonomía económica de las mujeres de América Latina y el Caribe, ya que se presentaron notorias caídas de la ocupación y la participación laboral femenina. En la región, en 2019, antes de la pandemia, la participación de las mujeres era del 51,8%; luego, cayó al 47.7%, lo que “supuso un retroceso de 18 años”.
El estudio detalla que la salida extraordinaria de las mujeres del mercado laboral se vincula en particular con dos situaciones: por un lado, la marcada segregación de género, dado que varios de los sectores productivos más afectados por la pandemia han sido
justamente aquellos en que hay una gran sobrerrepresentación femenina; y, por otro, la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, la cual se vio incrementada por las medidas de confinamiento, el cierre de los establecimientos educativos y otras medidas destinadas a afrontar la crisis sanitaria, en un contexto en que esa carga ya era desigual y representaba el triple de la de los hombres de la región antes de la pandemia.
Según las encuestas, las mujeres de América Latina dedican entre el doble y el triple de tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados. En el caso de México, la situación es la siguiente: mientras el género femenino dedica 45 horas semanales a esas labores, los hombres sólo poco más de 15. Comparado con otros países de la región, se aprecia que, en el caso de las mujeres, el tiempo que aplican al trabajo no remunerado es similar al de Argentina y Chile, pero mayor que en los casos de Colombia y Brasil. En lo que respecta a los hombres, éstos dedican un tiempo muy por debajo de los argentinos (casi 25 horas) y chilenos (20 horas) aunque similares a los colombianos y brasileños. El país más igualitario en este aspecto es Cuba: en la isla, las mujeres dedican 35 horas y los hombres poco más de 20.
De manera similar a otros países de la región, en México, también constatamos que las mujeres resultaron más afectadas por la pandemia. Tuvieron que dejar sus ocupaciones remuneradas y se multiplicaron sus tareas domésticas: fueron maestras de los niños; cuidadoras de enfermos y ancianos; y se hicieron cargo, más que los hombres, de las tareas del hogar (limpieza, preparación de comida, arreglos de la casa). Según cifras del INEGI, en el cuarto trimestre de 2019, las mujeres de quince años y más reportaron destinar un
promedio de 22 horas semanales a una de esas ocupaciones, el cuidado no remunerado de personas dependientes, en tanto que sus pares masculinos dedicaron sólo 13 horas.
Así las cosas, la desigualdad y la exclusión femenina se refleja, en nuestro país, en que, con cifras de septiembre de este año, la población de 15 años y más estaba compuesta por 47% de hombres y 53% de mujeres. Sin embargo, la población económica activa (PEA) no refleja esa proporción ya que el 60% eran hombres y el 40% mujeres. En cambio, en lo que se refiere a la población económicamente no activa, la situación se invierte: 72% son mujeres y 28% hombres. Abundando, la población no económicamente activa disponible, es decir, aquellas personas que no reciben ingresos por trabajar ni estaban buscando un empleo, pero manifestaron que necesitaban uno y que lo aceptarían si se les ofreciera, fueron 67% mujeres y 33% hombres. Lo anterior indicaría que las personas del género femenino, en mucho mayor proporción que sus contrapartes, están impedidas para salir a trabajar o a buscar un empleo, aunque lo necesitan, debido a que han decidido quedarse en casa, muy probablemente por la carga de las tareas del hogar. Esto último también se refleja en la composición de la población no económicamente activa no disponible, es decir aquellas personas que no reciben ingresos ni aceptarían un empleo aunque se los ofrecieran, es decir, que han decidido quedarse en el hogar y han renunciado a emplearse en un trabajo remunerado: 73% fueron mujeres y apenas 27% hombres.
Ahora bien, en el caso de las mujeres que laboran para obtener un ingreso, en América Latina, “la segregación laboral en la región da cuenta de una gran concentración de mujeres en los sectores del comercio, el turismo y el servicio doméstico, así como en los asociados al cuidado (enseñanza, salud, asistencia social y empleo doméstico), sectores están vinculados con una elevada incidencia de trabajo a tiempo parcial y salarios relativamente bajos. Esta situación se agravó con la pandemia ya que el cierre de empresas impactó, de manera significativa, estos sectores económicos. Por otra parte, en los sectores de la salud
y la enseñanza, hubo que afrontar una intensificación de la jornada laboral, con nuevas demandas y una gran exposición al contagio.
En México, añado, con cifras actualizadas al segundo trimestre de 2022 de INEGI, se aprecia que en el caso de las personas con empleos vulnerables, las mujeres sobresalieron: la población desocupada u ocupada femenina que trabajó menos de 15 horas a la semana fue casi el doble que los hombres (12.9 contra 6.8%) y por su parte, la tasa de informalidad, aquellas personas que son vulnerables por la naturaleza de la unidad económica para la que trabajan o a las que no se les reconoce una dependencia laboral (y por lo tanto están desprotegidas), fue más alta en las mujeres (55%) que en los hombres (49 %) a pesar de que, como vimos, ellas participan proporcionalmente menos que sus pares masculinos en el mercado de trabajo. Dicho en otras palabras, las personas del género femenino logran obtener un empleo remunerado en menor medida que los hombres y cuando lo consiguen, se trata, en su mayoría, de ocupaciones en muy malas condiciones.
En síntesis, la situación de las mujeres en el trabajo es producto de una cultura machista, la cual asigna principalmente a los hombres la búsqueda de los ingresos necesarios para mantener el hogar, y a ellas llevar a cabo las labores domésticas. También se debe a la ausencia de inversión, por parte de los estados nacionales, en establecimientos de cuidados para los infantes, los enfermos y los adultos mayores; y a los problemas derivados de una economía que se basa en buena medida en sectores de baja productividad, de muy poco valor agregado y uso intensivos de una mano de obra barata. Ello, sin considerar la violencia en los centros de trabajo, lo cual ameritaría un comentario aparte.
Finalmente, con todo respeto y sin demérito de las acciones y logros anunciados el 27 de noviembre, de manera destacada en el área laboral, sorprende que el presidente López Obrador no haya mencionado casi ninguna medida para remediar la desigualdad entre los géneros. De las 110 señaladas, sólo una tiene que ver con este asunto: la “ayuda” a 283 mil 335 madres solteras de 800 pesos mensuales “para que tengan a sus hijos en estancias
infantiles mientras ellas trabajan fuera del hogar”. Las palabras mujer o femenina no aparecieron en su discurso y cuando definió el humanismo mexicano dijo: “estamos ganando la batalla contra el racismo, el clasismo y la discriminación en todas sus expresiones”. Ojalá que en esas expresiones se tome en cuenta, cada vez más, a las mujeres y, en especial, la violencia y discriminación en todas sus formas, incluyendo las que se ejercen en las labores remuneradas y no remuneradas.